Nos despertamos después de haber dormido razonablemente bien, gracias a que estábamos agotadas porque el traqueteo no ayuda mucho, y al poco tiempo llegamos a la estación de Lao Cai ciudad fronteriza con China. Supuestamente muchas furgonetas esperan a los turistas para trasladarlos al pueblo de Sapa o al de Bac Ca, pero debe de tratarse del tren que llega a las 6am. El caso es que la mejor opción con vistas a aprovechar mejor la jornada y ver el mercado de Bac Ca (solo los domingos), era ir en taxi o coger un autobús local que salía alrededor de una hora después, porque los horarios a lo mejor no se cumplen y puede que decidan no salir hasta que no se llene. Menudo viajecito. Una hora aproximadamente tardamos, supongo que algo menos de lo que le llevaría al bus o a un taxi normal, porque el nuestro era un taxi volador... Los de las motos a toda pastilla, por supuesto.
El mercado de Bac Ca me encantó, bueno, ya sabéis lo que soy yo con las compras; pero es que éste es una monada de ver, aunque no compres, con la gente de las tribus locales ataviada con sus trajes de vistosos colores y vendiendo muchos productos hechos por ellos, tanto comida como textiles. Sólo nos atrevimos con una especie de buñuelitos, muy ricos.
El pueblo de Sa Pa es muy pequeño, tiene dos calles principales más o menos, pero con mucho ambiente. Nos fuimos directamente al hotel Cat Cat, porque me lo había recomendado una madrileña que estuvo allí en septiembre y aunque no estaba en el centro tenía vistas estupendas a la montaña. Lo que no podía intuir Beatriz es que en este mes y pico habían levantado una casa justo al lado y las vistas a la montaña estaban en el poster, jaja. Salvo por las dos cucarachas talla XXL que residían en el baño, la habitación fenomenal y dos ordenadores en recepción, disponibles gratuitamente. Hay mogollón de sitios donde se pueden contratar, pero por comodidad nos decidimos allí mismo por un trekking de día completo para el día siguiente, que significaba de 9 a 16pm.
Cenamos en un restaurante local. Todo un riesgo porque no había clientes, sólo la familia cenando. Todo un acierto, por otra parte, porque nos encantó la comida especialmente el jabalí al lemon grass, repetimos y todo. Al día siguiente desayunamos en el restaurante situado frente al hotel. Núria perfectamente integrada en el país pidió la típica sopa pho, de ternera; pero a mí me pasaba como a Mafalda, como que no me atraía, y tan feliz con mi pancake de plátano con chocolate, que me encanta, así que dejé la sopa para el momento en que mi dominio de palillos fuera absoluto, porque comer una sopa con palillos tiene un grado de dificultad importante. Todo esto junto a unas cobras que estaban encerradas en unos botes de cristal.
Listas para el trekking. Compartimos excursión con otra española residente en Indonesia y con una americana, además de la guía, y de parte de una familia local: la abuela, la madre con su bebé a la espalda, y 5 o 6 niñas. Después de un no, no, no de la guía seguido de un sí, sí, sí de ellas, vinieron con nosotras. No es que les guste el senderismo, a lo mejor también, pero su objetivo es vendernos sus productos, pulseritas y bolsos hechos a mano o fundas de cojín teñidas con índigo y aunque su inglés es muy básico, les es suficiente para preguntarnos las cuatro cosas que más les interesan: cómo nos llamamos, de dónde somos, si estamos casadas y cuántos hijos tenemos. Vaya panda de cotillas los vietnamitas. Yo nunca pasé de la segunda, aunque tengo muy presente el consejo de mi amiga Nekane cuando viajo sin pareja: siempre viuda y como mínimo tres hijos, porque así se quedan content-itas.
Teníamos por delante unos 10Km y atravesaríamos tres pueblos a través de una zona montañosa. Al principio íbamos por una carretera bien asfaltada, vimos una gasolinera y todo, ejem, y aparentemente era como si continuara el pueblo.
Nos empezábamos ya a mosquear, pero después de un rato, surgieron magníficos paisajes y lugareños trabajando en los campos, fundamentalmente mujeres. Estampas preciosas.
En esta región vive un amplio mosaico de grupos étnicos, a destacar los hmong, los dao y los giay.
Más de la mitad de la población de la zona pertenece al primer grupo, como nuestras compañeras de viaje, y se dedican a la venta de lo que he comentado. Nos encontramos también con un grupo de mujeres dao, que son bastante atractivas, muchas sin pelo en la cabeza, y llevan mucha baratija plateada y una especie de gorro a modo de turbante de color rojo, del que cuelgan una especie de borlas de lana.
Comimos en una casa-restaurante, aunque la guía preparó la ensalada de huevos duros, pepino, tomate y un quesito. Lamentable la comida, nada típico y un triste platan-ito de postre. Continuamos hasta llegar a un pueblo más grande, y pasamos por delante de la escuela (edificio con el tejadillo rojo), y vimos el nuevo edificio-escuela que estaban construyendo con fondos de Intermon Oxfam.
Al regresar a Sa Pa dimos una vuelta por el mercado, por la zona de la carne, del pescado, las frutas y verduras… Ya teníamos al lado a una pandilla de mujeres con los bolsos, las fundas de los cojines y unas colchas.
Las que vendían bolsos me pegaban unos meneos de flipar, casi me vi "acomodada" en un cesto de plátanos. La escena fue un poco así: yo que me fijo en un bolso, una que se cosca y me empieza a enseñar todos sus bolsos, otra que también quiere vender, y la primera que comienza a colgarme bolsos del cuello… Se acerca otra que lleva fundas para cojines, y entonces la nº1 de los bolsos me tira del brazo… Aparece en escena la del puesto de la fruta que protesta porque con tanta gente alrededor tapamos su mercancía, y fue en ese momento cuando noté que una masa de lugareñas me movía y vi los plátanos muuuy cerca. Y mientras tanto, todas gritando los precios y preguntando “Ana, you say, you say...”, para que les dijera yo el precio. Ese es el error, responder a ¿Cómo te llamas?... Muy estresante. Digo que vuelvo de vacaciones como para ir a un balneario y la gente se ríe y no me cree, pero con situaciones de estas no es para menos.
La mujer de la colcha nos acompañó casi el resto de la tarde, todo el rato negociando… Que cansina, la abuela. Le dije un precio muchísimo más bajo y lógicamente no aceptaba, pero se reía y seguía con nosotras. Lo que ocurrió es que vi a otra mujer con una colcha mucho más trabajada (porque hay diferencias importantes en este sentido), más bonita, pero más cara y sobretodo más pesada; la abuela nº 1 comenzó a bajar su precio hasta aceptar mi petición, pero entre que me gustaba más la otra y que de repente vimos mis manos azules, cual pitufo, del mismo color azul índigo de la colcha…, pues, como que se me quitaron las ganas. La abuela nº 1 no lo entendió, y a partir de ahí fue una matraca constante en presente: I say…, and you say…, and I say…, una y otra vez. Sapos y culebras salieron de su boca. Cuento esto porque nos llamó la atención que entre ellas se respetaban un montón, no sé si porque eran hermanas, pero la abuela nº 2 se retiró de la negociación paralela que tenía conmigo. You say..., and she say...
Hasta las seis no nos recogía el minibús para llevarnos a Lao Cai, y el tren salía a las 20:15, pero en las estaciones de tren hay tal caos que recomiendan ir una hora antes.
Habíamos comprado rollitos de primavera, los auténticos roll-itos, porque son pequeñísimos, como todo en Vietnam, y también una hamburguesa con queso. Hay que ver cómo te eché de menos, “querido queso”, pues allí el único que se vende es el quesito, lo que te digo, todo pequeño, el de La vaca que ríe. Ya en el tren, abrí el tupper de cartón y allí estaba el ques-ito, junto a la hamburguesa.
Se conoce que los tranchetes aún no los importan. Que panzada de reír, por favor. Y a propósito de la cena, aunque este tren era mucho mejor que el del trayecto de ida, el restaurante también era móvil: un carrito con bolsas de patatas y cervezas y cocacolas, así que es aconsejable llevar comida.
Nada más acomodarnos, nos dieron una botellita de agua y un vaso de cartón. El agua efectivamente era gratis, y el vaso de cartón no era para el agua, no. El tren hizo una parada al amanecer en un pueblo de cuatro casas. La cosa funciona tal que así: sube al tren la chiquilla de la casa, y si quieres té o café, pues le das el vaso, ella se va a la casa y vuelve al minuto con lo que le has solicitado. Pagas y punto. Eso es organización y lo demás tonterías.
Otra cosa que aconsejo, si hay tiempo, es hacer uno de los trayectos en tren de día porque estoy segura que las vistas del valle del río Rojo tienen que ser maravillosas, y negociar con las mujeres solo por lo que interese ya que si empiezas y después pasas, sin decir "tú precio" se mosquean un montón.
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