01 octubre 2007

Más sobre Estambul

Continúo con Estambul, que a este paso se me van a acumular las crónicas de mis viajes... Es que no he tenido ni tiempo para repasar las pinceladas que había redactado.

Al día siguiente, la mañana se presentó de lo más desapacible, con un cielo plomizo y amenazando tormenta, cosa que me disgustó bastante.

Fuimos con bastante antelación a sacar las entradas del palacio Topkapi, situado en la zona llamada la Colina de Serrallo, un laberinto de edificios de la época del imperio otomano lleno de dependencias en las que el lujo está presente, o debió estarlo en la época de mayor esplendor. Desde luego, la superficie que ocupa impresiona porque he leído que es similar al doble del Vaticano o la mitad de Mónaco; por lo tanto, las cuatro horas de visita están justificadas.

Desde mi punto de vista, el Palacio no es para tirar cohetes. Me explico. Bien es cierto que las salas con sus joyas y tesoros muestras piezas muy trabajadas y de gran valor, y que posee enormes pabellones como por ejemplo donde se ubicaban las cocinas en cuyo tejado asoman varias chimeneas; pero me pareció que su interior no estaba muy ambientado en la época y por otro lado el entorno no estaba muy cuidado y con lo que cobran bien podrían hacer algo, digo yo.

No obstante, el pabellón que fue el harén me pareció precioso y con mucho encanto, con salas magníficamente azulejadas, los cojines a modo de sofás, los baños… Pánico me daba sólo de pensar meterme en esta bañera...



Después de cuatro horas viendo interiores habíamos decidido que tocaba un espacio abierto. Recomiendan que la mejor manera de ver el Bósforo, sea a bordo de uno de los barcos de pasajeros que recorren sus costas, de manera que nos dirigimos al muelle de Eminönü a preguntar por el barco en cuestión. No fue fácil, ya que la gente se empeñaba en enviarnos a uno de esos cruceros turísticos y nos costó un poquito encontrar el que utilizan los lugareños. Ya casi se iba… Me recordaba a las miles de veces que he llegado al cine por los pelos…

El Bósforo es un estrecho que por un lado une el mar de Mármara con el mar Negro y por otro separa los dos continentes, Asia y Europa. El nombre significa "vado de vaca". Parece que “según la mitología griega, Zeus convierte a su amante Io en una vaca para protegerla de su mujer; pero Hera se entera y manda un tábano para molestarla. La vaca, escapando del tábano, se ahoga en el estrecho.” Majo este Zeus, ¿verdad?

El trayecto duró una hora, durante el cual el barco va haciendo el recorrido a modo de zigzag, tocando diferentes puntos de ambas orillas. Desde el barco se aprecian mejor las dimensiones de los palacios, como los 600 metros del Palacio de Dolmabahçe, villas estupendas con su embarcadero y su yatecito…

Nos bajamos en la última parada y nos dirigimos a la zona de los chiringuitos a comer algo. Nos sorprendió mucho ver en la parte cubierta del chiringuito de al lado a unos recién casados que estaban compartiendo mesa y mantel con otra pareja. No parecía haber más invitados, y eso que ella era una novia en toda regla: con su vestido de raso brillante, su ramo de flores hecho con la misma tela del vestido… Tremendo.

El regreso lo hicimos en un autobús local, en cuyo interior una ancianita nos llamó la atención por hablar “tan alto”, y os prometo que en ese momento no era cierto; pero claro, teniendo en cuenta que había un cartel que prohibía utilizar el móvil... Había mucho tráfico y desde luego en tranvía hubiera sido más rápido, pero a lo largo de la costa vimos escenas de lo más curiosas. Era Domingo y parece que los lugareños ese día utilizan cualquier pequeño espacio con hierba para hacer barbacoas, un picnic o dormir en una hamaca que han instalado aprovechando dos árboles. Otros pescaban, claro. Desde luego en Turquía el mercado de las parabólicas y las cañas de pescar debe manejar cifras astronómicas.

Nos bajamos en Taskim y paseamos un rato por su calle principal, que está tan transitada como la calle Preciados en Navidad, sólo que aquella es más ancha y larga que ésta. Qué barbaridad, cuanta gente. Y que diferente su público al que se veía en la parte vieja de la ciudad; mucho más modernos, con cortes de pelo muy fashion y ropa de diseño, vaya, que estos si son europeos.

Teníamos el tiempo para ver la mequita de Süleymaniye o Solimán y llegar al hotel donde nos recogían para llevarnos al baño turco. Ah, que no os acordabais que habíamos reservado el día antes!!?? Ellos tampoco, burrggg

Las cúpulas escalonadas y los cuatro delgados minaretes de esta mezquita dominan el horizonte en la orilla del Cuerno de Oro. Se percibía que estaba en lo alto y aún así nos empeñamos en ir andando, y para ello tuvimos que pasar por una zona con calles en cuesta, más bien pobre y llena de niños jugando en la calle.

Empezaba a anochecer y ya estaba iluminada. Desde la torre de Gálata habíamos advertido que esta mezquita era la que primero destellaba, pero verla de cerca me pareció admirable. Al llegar nos encontramos con otros recién casados, que celebraban el banquete en el restaurante situado en frente, aunque esta boda era de postín a juzgar por el automóvil de donde se bajaron.

Muchos la consideran la más bella de las mezquitas de Estambul y verdaderamente comparto esta opinión, porque me pareció preciosa. Qué lástima, que estuvimos tan sólo unos minutos y además no pudimos hacer fotos del interior, porque en ese momento estaban rezando.

Con la lengua fuera llegamos al hotel, unos diez minutos antes de la hora en que previsible mente nos recogían. En este punto ya habréis intuido que no os voy a poder relatar mi experiencia en el baño turco... Resultó que el recepcionista que nos aseguró que había reservado, o bien no lo hizo o los del baño en cuestión pasaron de tomar nota. Así que tendré que conformarme con ver la película del mismo nombre.

En ese momento ya estábamos cabreadas y cansadas que optamos por ir en tranvía a Kumkapi. Nos estaba costando encontrar la calle que llevaba a la zona del os restaurantes y que bien nos vino encontrarnos con una parejita del grupo que se alojaba en un hotel próximo.

Es un barrio de callejuelas lleno de restaurantes, de músicos que amenizan la velada, de comensales cantando y bailando, y mucho bullicio en general. No puedes andar dos pasos sin que te acosen los “comerciales” para que te sientes a toda costa en su restaurante, y enseguida empiezan a ofrecerte descuentos, té gratis y cosas así. Un poco agobiantes, pero aún así me gustó ese ambiente tan alegre y festivo del barrio. La lubina a la plancha muy buena, aunque ni punto de comparación con la que aún perdura en mi memoria (Essaouira, noviembre 2005), y que tenía la menos dos tallas más.

De vuelta al hotel, nos pasamos por la tienda del turco y aunque era la una de la madrugada, aprovechamos para las últimas compras. Nos había invitado a un té y además tenía cosas muy chulas, que me da que traía de sus frecuentes viajes a Asia.

Días intensos. Mucho visto y demasiado que nos faltó por ver. Dejo pendiente un segundo viaje, porque tengo curiosidad por ver la parte asiática y el Palacio de Beylerbeyi, la muralla que se extiende desde el Mar de Mármara hasta el Cuerno de Oro, por callejear sin prisas, por ver los alrededores de Estambul: las islas de los Príncipes, el Bosque de Belgrado, las playas del Mar Negro…

Para los que habéis leído hasta aquí, os dejo un enlace donde podéis ver algunos vídeos del país. Si enviáis un mailecito a la oficina de Turismo de Turquía en Madrid os envían por correo y sin coste alguno, un librito muy completo y un DVD del país.

Y esto es todo… Para los que me preguntáis tanto, insisto, de pasión turca nada. En este momento de mi vida, mi única pasión se llama Jorge y tiene 9 meses.

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