16 abril 2008

Besos de pez

Hay días y Días, y algunos de esos Días, me despierto sonriendo al café y a la mañana de una manera especial, algo que me ocurre siempre que voy a ver a mi sobrino.

Yo, que por diferentes razones me siento cómoda con mi sonrisa y por eso, creo, me río y sonrío con frecuencia, por ejemplo, cuando recuerdo mis despistes o las situaciones graciosas que he vivido con mi familia, mis amigos, mis ex-parejas..., cuando me siento querida o sorprendida, cuando repaso mi infancia, cuando rebobino en el tiempo y pienso en el ajetreo de la vida universitaria..., pues resulta que cuando mi sonrisa es consecuencia de la ternura que inspira un niño, y especialmente ahora que lo vivo en primera persona con mi sobrino Jorge, es como si no lo hubiera hecho nunca porque siento que sonríe también mi corazón.

Es preciosa, la Ternura ¿A qué sí? Y es que a través de ella parece que la vida nos da una recompensa, y esa ternura tan molona que me inspira mi sobri me traslada a una nube de sensibilidad en la que tomo asiento, y me río y sonrío, con y sin motivo, porque sin esfuerzo alguno me conquista incesantemente con su expresión de alegría en cuanto me ve, con su amplia sonrisa y unos ojos que hablan, ese abrazo tan cortito que apenas llega a rodearme, y el adorable besito a veces regalado y otras requerido... Me emociona pensar en el día en que ponga sonido a sus besos de pez, bueno, yo les llamo besos de pez porque aún no ha descubierto como hacerlos sonoros y abre la boca como si de un pez se tratara antes de acercarla a mi mejilla; pero, aún sin sonido, son tan dulces que me encantan.

Es tan entrañable ver como pasa con extraordinario cuidado las hojas de sus cuentos, como distingue a la mala-malísima de la buena de Cenicienta, y es que, hay que ver lo que le gustan los libros y las revistas a este niño. Ojalá todo esto sea un presagio de que se convertirá en un buen aficionado a la lectura…, y a la ternura.

Y es que ya sabemos que los niños son tiernos y espontáneos por naturaleza, y parece que nada les da vergüenza. Una pena que el sentido del ridículo se incremente a medida que nos hacemos mayores y perdamos la inocencia a la hora de ser afectuosos, y algunas veces, no se nos ocurra actuar con esos pequeños detalles que hacen nuestra vida enormemente más atractiva y la hinchan de pequeñas sorpresas, ese regalo original, esa visita imprevista, una llamada o abrazo sin intención de llegar a nada más, y tantas otras cosas. Y no es que me vea reflejada en esta conducta, porque considero que cuido bastante los detalles con la gente que quiero; pero desde ahora mismo me planteo practicar mi ternura con más frecuencia. Y es que todo en esta vida es mejorable.

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