30 abril 2008

Asamblea de herramientas

Cuentan aquí que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea, que consistió en una reunión de herramientas con el fin de arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y además, se pasaba el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo, ¿El motivo? Había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante semejante ofensiva, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija porque hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás. Y la lija estuvo de acuerdo, con la condición de que fuera expulsado el metro que siempre se pasaba el tiempo midiendo a los demás según su criterio, como si fuera el único posible y perfecto. En ese momento, entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo, utilizando el martillo, la lija, el metro y el tornillo de manera que la tosca madera inicial se convirtió en un lindo mueble.

Cuando la carpintería quedó nuevamente vacía, la asamblea reanudó el proceso de deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo: Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos, así que no pensemos ya en nuestros puntos negativos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos positivos. La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas, y observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad y se sintieron, además, orgullosos de sus fortalezas y de poder trabajar juntos.


Por alguna extraña razón somos bien avispados a la hora de encontrar defectos en los demás, aunque nos convertimos en auténticos topos cuando se trata de ver los nuestros propios, vamos, que pasan totalmente desapercibidos.

Y es que no es fácil esto de examinarse y llamar a los propios defectos por su nombre. La mayoría de las veces los ocultamos, opino que porque pensamos que no estamos a la altura de los otros, porque deseamos caer bien o incluso fascinar a alguien que nos mola, por miedo a que nos rechacen si conocieran ese “fallo”, porque nos permitimos el lujo de pensar por los demás y mostrar una imagen cómo pensamos que a ellos les gustaría que fuéramos. En ocasiones, nos recreamos en los defectos de los demás para autoconvencernos de que los nuestros son nimiedades, una idea tan estúpida como la de la fea que sólo busca amigas más feas que ella para parecer la más guapa de la pandy. Y para complicar más la escena, nuestros amigos nunca nos van a dar pistas por no hacernos pasar un mal rato y los que no son amigos, pues ni les va ni les viene, es más, hasta se alegrarán de que esos defectos permanezcan anclados a nuestra vera.

Relacionado con este comportamiento sobre la percepción de defectos, está esa teoría del espejo apoyada en que vemos reflejados en los demás esos defectos que tanto nos cuesta reconocer en nosotros mismos. Si ya lo decía con mucha valentía la sartén al cazo: ¡apártate, que me tiznas!

Somos así de necios, capaces de reconocer en otras personas aquello que nos disgusta de nosotros y que a nosotros nos resulta tan cercano y tan, tan conocido, (puesto que imagino que son rasgos que forman parte de nuestra forma de ser), e incapaces de corregir nuestra conducta. Si aprovecháramos ese buen y barato “detector de defectos” y observáramos lo que nos crispa de nuestra familia y pareja, nuestros amigos y compañeros de trabajo, pues nos daríamos cuenta como si de un espejo se tratara, que la gente de nuestro entorno nos refleja precisamente la imagen de todo eso que no nos gusta de nosotros mismos y también de lo que nos gusta, pero lo que admiramos es más fácil de reconocer.

Efectivamente, todos tenemos un buen saco de defectos, los admitamos o no, y es bien cierto que aquellas personas que nos tratan con frecuencia, suelen reparar en nuestros defectos y virtudes a muy corto plazo, otra cosa es que nos lo cuenten, claro está. Y dado que nos convertimos por arte de magia en indiscutibles clarividentes a la hora de descubrir los defectos de los demás, tal vez un buen signo de amistad pueda ser que nos digan que es lo que hacemos mal o en qué deberíamos esforzarnos por mejorar, y estarles agradecidos por esos comentarios. Esto sí que es de seres inteligentes.




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