19 septiembre 2007

Estambul, ciudad de contrastes

Pezado de madrugón de los que no interesan recordar, porque el recorrido desde Esmirna hasta Estambul fue de órdago y eso que ambas ciudades están conectadas por autopista, que no tiene mucho que ver con las de España… Aquí nos cruzamos con cuatro en un tractor, vale que dos era niños, pero... Eso sí, el paisaje se empezaba a apreciar más mediterráneo en esa zona, y al menos el trayecto fue más agradable.

Hicimos una breve parada en la ciudad de Bursa, con visita de la Mezquita y el Mausoleo Verde y la Gran Mezquita Otomana. Estoy segura que en la zona mediterránea hay lugares que merece la pena visitar, pero con esta visita a lo japonés mi opinión no va a ser objetiva así es que me la reservo.

Ainnnsss, llegaba el momento de subir al ferry… Atónita me quedé cuando a través de la ventana del autobús vi que se incorporaba en “la cola de al lado” un tipo en un tractor rojo… Pues sí, en Madrid potenciando la bicicleta y allí lo que se lleva es el tractor. A lo mejor fue heredado o están a mejor precio en esa zona, me hubiera encantado preguntarle al conductor o al menos verle salir… ¿y aparcar!? o tal vez ¿Conducir por Estambul!?

El trayecto fue de aproximadamente una hora, muy agradable, con las gaviotas aleteando y una magnífica puesta de sol. No obstante, la llegada a Estambul a través del mar de Mármara me decepcionó porque me imaginaba que la entrada sería espectacular, y como era ya de noche y había niebla, no lució tanto.

Fue un acierto escoger un hotel mono y tan bien situado. Eso nos haría ganar tiempo a la mañana siguiente ya que “aparentemente” se podía ir andando a los lugares más emblemáticos. Al sitio era le faltaba altura (como a mí, jeje), con una vistas muy chulas de la mezquita de Solimán y del puente de Gálata; pero lo malo es que en la panorámica tomada desde el restaurante, que estaba en la azotea, también salían las tropecientas parabólicas del vecindario…

Estambul, con unos veinte millones de habitantes, es actualmente la ciudad más grande de Turquía y también destaca como potencial centro cultural, industrial y turístico. Se necesita tiempo para descubrir esta gran urbe a orillas del Bósforo y disfrutar de su diversidad cultural, y ni que decir tiene que en dos días fue imposible ver todo. No habrá muchas ciudades en que ofrezcan tantas cosas después de ver lo imprescindible que sería Santa Sofía, la Gran Mezquita Azul, la Mezquita de Solimán el Magnífico, el Palacio de Topkapi, el Gran Bazar y el de las Especies.

Empezamos la soleada jornada visitando el sitio que más pronto abría sus puertas: la Mezquita Azul, la más grande de la ciudad, que no tiene nada de azul por fuera pero su interior está magníficamente decorado por un océano de azulejos de ese color combinados con otros blancos, dicen que 20.000 azules nada menos. Me encantó, todo su interior es precioso y la alfombra muy cómoda y limpia. Allí nos encontramos a una familia con su niño vestido con una especie de uniforme con una capa y sombrero, que el pobre parecía que iba a un baile de disfraces... aunque él debía verse muy guapo porque sonreía mucho mientras le hacíamos fotos. Claro, que lo mismo podían pensar ellos al vernos con calcetines, pañuelo por la cabeza, pareo a modo de falda larga… Por lo que he investigado, parece que celebraban la fiesta de la Circuncisión.

Atravesando una concurrida plaza y una zona ajardinada llegamos a Santa Sofía, considerada como la obra más grande y sagrada de la época bizantina. El edificio está bastante deteriorado, aunque desde luego es impresionante su cúpula y esa sensación de amplitud que provoca.

Próxima a ambas está la Cisterna de Yebaratan, cuya función era abastecer al palacio y el resto de los edificios situados alrededor con el agua almacenada que procedía de los bosques de Belgrado y era transportada a través de acueductos.

Después de bajar un pequeño tramo de escaleras, nos encontramos con un espacio con muchas columnas (336 de 8 metros de altura), dispuestas en filas y que soportan un techo que forman varias cúpulas. Lo mejor es el ambiente, yo diría que entre romántico y misterioso, con la atmósfera tan húmeda, esa la luz tenue y la música de ópera que se escucha de fondo. A mí me encantó, aunque la foto no hace justicia al entorno.

Supongo que para integrarse en el país es imprescindible ir de compras al Gran Bazar.

Fundado en el siglo XV, fue el primer edificio construido en el mundo con ese espíritu únicamente comercial y funciona siempre con el código del regateo de manera que es lo que los comerciantes esperan del público.

Un lugar ideal para practicar la técnica y para perderse, cielos, que laberinto de calles… Como una ciudad, con más 4.000 tiendas distribuidas en más de 1.300 m2, con sus restaurantes, cafés y oficinas de cambio… Las tiendas más caras y las finas joyerías parece que se agrupan en el centro del edificio, en un precioso vestíbulo abovedado. El edificio merece la pena verlo, pero salimos un poco aturdidas de allí y bastante escaldadas…

Eso de que los turcos son gente muy cordial y hospitalaria, es bastante cierto aunque también hemos encontrado las excepciones que confirman la regla. En concreto, la encontramos en el Gran Bazar, aunque también conocimos a azafatas y algunos recepcionistas de hoteles en Capadocia que no desbordaban precisamente cordialidad.

Callejeamos camino del hotel y encontramos la continuación del bazar que parecía no tener fin… La calle estaba llenísima, con tramos por los que no se podía ni andar, y vendían de todo, ropa, vestidos de fiesta, complementos para bailar danza del vientre, menaje para la cocina, y hasta trajes de “príncipe” como el del niño, bueno y de “princesa” fabricados con tul. Tremendos.

Comimos en un baretillo con terracita cerca del hotel, el mismo sitio donde habíamos cenado la noche antes. Nos dio buen rollo y había una española que parecería vivir allí, y nos recomendó alguno de los platos del menú; además, nos invitaban al té de manzana.

Una vez cargadas fuerzas fuimos al Bazar de las Especies o Bazar Egipcio, a poner a prueba nuestro olfato. Aunque por su nombre pareciera que aquí solo pudiera comprar especies, no es así, ya que venden frutas y hortalizas, quesos, productos delicatesen, dulces turcos, perfumes y hasta productos viagra.


Compré algunas cositas y la verdad es que era bastante agradable pasear entre aromas, perfumes y comerciantes menos insistentes.


Caminando, llegamos al muelle de Eminönü y el ambiente era fabuloso. En el Puente de Gálata, multitud de siluetas de pescadores se perfilaban ante nuestros ojos, algunos con hasta 4 cañas. Supongo que la probabilidad de que piquen todos a la vez es ínfima, pero madre mía que estrés sólo de pensarlo. Barcos amarrados donde vendían y cocinaban el pescado en sus parrillas, y lo que se intuía como un buen ambiente bajo el puente.

Que Estambul es un paraíso para los que somos aficionados a la fotografía es innegable y cualquiera que me conozca sabrá que yo me puse las botas, aunque tengo que decir que me faltó mucho tiempo y si soy objetiva, no son mis mejores fotos. En cualquier esquina hay multitud de monumentos, personas, rincones ocultos, bazares multicolores, escenas curiosas… Sirva de ejemplo el vendedor de tiritas que estaba en una calle con un pedazo de caja digna de una guardería.

Sin embargo, existe un lugar especialmente recomendado por las guías desde donde se puede captar una de las más bonitas puestas de sol. Y allí fuimos, a la Torre Gálata.

Callejeando hasta llegar a la torre, entramos en una tienda con ropa y bisutería preciosa y muy original, y que tenía hasta barra de bar y un par de mesas. Una monada, a pesar de que estaba un poco patas arriba, porque la dueña era judía y celebraban una fiesta. Nos invitó a unos higos de su huerto y también a la fiesta que tenía lugar al día siguiente, ni cuerpo ni tiempo para fiestas... Otro comercio curioso que vimos fue una cristalería, o una tapadera de algo, porque había todos estos cristales amontonados y un cartelillo sobre la mesa con el número de teléfono de Ari. Si es que el que no es empresario es porque no quiere...

Desde la Torre de Gálata las vistas de la ciudad son una maravilla y las de las azoteas próximas muy graciosas como podéis ver en la foto. No me digáis que esa bañera no es un punto...

Personalmente, me sirvió para “razonar” la ciudad, sin necesidad de tener que pensar donde está el norte. Por fin parece que he encontrado la solución a mi problema de la orientación. Desde la terraza que bordea la torre se distinguía perfectamente la mezquita Azul, Santa Sofía, el palacio Topkapi, la parte asiática, el cuerno de Oro y el Bósforo, y parecía que la ciudad no terminaba nunca... Quedaba una hora para el atardecer así que nos quedamos allí, y aunque estaba a rebosar de gente mereció la pena porque fue precioso. La ciudad iluminada es también una maravilla.

Al regresar cruzando de nuevo el puente, el olor de las parrillas de los barcos amarrados nos reclamaba, y aunque era lo que nos apetecía, por circunstancias que no vienen al caso terminamos cenando en otro lugar próximo al hotel. No nos daba tiempo a ir al baño turco, así que le pedimos al recepcionista que llamara y nos reservara hora para el día siguiente con una masajista ya que en un baño mixto que nos había recomendado el guía. Una cosa es un masaje y otra que me enjabone un maromo que ni he visto en mi vida, ni veré.

Continuará…