19 febrero 2008

Iniciarse en el buceo

Hoy estreno etiqueta, aunque ya vislumbro que no va a englobar un gran número de posts, y es que en esta etapa de mi vida lo único que me mantiene en forma es el mercadoning que así defino yo el traslado a casa de las bolsas con la compra, eso sí, manual y cuesta arriba.

Sin embargo, he inaugurado la sección “deportes” porque me he decido a practicar algo que me atrae un montón: el buceo. Aún conservo en mi memoria los magníficos ratos de snorkel en las islas Phi Phi, una maravilla, y si semejante espectáculo se puede ver con un tubito no puedo imaginar lo que puede contemplarse a mayor profundidad. El pasado otoño en Vietnam me quedé con las ganas de hacer el curso que te permite bucear, por culpa de un tifón; pero después de meses investigando en varios foros y preguntando a conocidos y amigos de conocidos, de llamadas telefónicas varias y visitas a escuelas de buceo…, ya está todo más o menos claro y atado.

Varias fueron las razones que me llevaron a elegir el mediterráneo, y en concreto, la parte norte de la provincia de Alicante ya que parece ser que la temperatura del agua en esta época del año es más suave en esa zona.

No obstante, lo verdaderamente importante antes de matricularse en un curso de este tipo, además del aspecto económico y académico, es mostrar unas condiciones físicas adecuadas para la práctica de este deporte, que no deja de ser un deporte de riesgo. Iba yo muy dispuesta a que mi médico de cabecera me hiciera las pruebas que considerara adecuadas y me echara posteriormente una firma en el documento oficial recién comprado en la farmacia. Este es el procedimiento que comenta la gente en los foros, pero no ha sido mi caso porque esa doctora se negó en rotundo.

Por si alguien está interesado, son varios los centros del Ayuntamiento de Madrid y Comunidad Autónoma que ofrecen el servicio de medicina deportiva. Simplemente hay que pedir cita previa para que te hagan un reconocimiento médico especial y certifiquen que eres apto para practicar el buceo. Supongo que lo más normal es que a esos centros acudan deportistas de élite, a juzgar por el tamaño de los sillones de la sala de espera…, que barbaridad, parecían del despacho de director!!

Una hora estuve bajo la atenta mirada de una doctora y un doctor. He empezado escribiendo entre líneas que soy bien poco deportista, con decir que no tengo ni chándal!!! Y es que yo para el mercadoning prefiero los vaqueros, y como me dijeron que llevara algo cómodo pues me fui con la parte de debajo de un pijama; pero mono, que ni siquiera lo parecía.

Todo bien, pero casi desfallezco pedaleando en la bici, cada dos minutos endureciendo los pedales, llena de electrodos, un médico tomando la tensión cada dos minutos y el otro controlando el monitor, y al mismo tiempo, ambos alentándome ¡ánimo Ana! ¡Qué ya llegas! Yo, casi al límite de mis posibilidades y con ganas de reírme por lo absurdo de la escena. Llegué, pero ni ramo de flores, ni azafato estupendo, ni champán, ni ná de ná.

Finalmente, después de una hora de pruebas y la mega-encuesta inicial, el resultado fue que no tengo anomalía alguna que me impida bucear, aunque si me han recomendado practicar deporte… lo ideal cinco veces por semana…, uff, ¿no será mucho? Me canso sólo de pensarlo, pero el caso es que soy APTA. Hoy he recogido el certificado y creo que desde que aprobé el carnet de conducir no lo veía escrito en documento alguno. Sólo espero darle más uso al carnet de buceador del que le he dado a éste, que el pobre ha pasado la vida en casa y aún así ha perdido dos puntos.

Lo cierto es que me hace mucha ilusión iniciarme en el buceo. Ya queda menos y de momento he empezado a nadar y a leer el Manual de submarinismo que me han regalado. Gracias, Marta.



1 comentario:

Anónimo dijo...

La experiencia interminable.

Una vez estaba yo, de vacaciones, en la bocana del puerto de Tenerife, rodeado de manchas de grasa indisoluble y petroleros foráneos, cuando me decidí recoger un enorme centollo a doce metros, sin respirador y con unas gafas de buceo de goma blanda, de esas de oteador de superficie, vamos. Lo había visto anteriormente en mis zambullidas desde una alta pasarela de embarque, a través de la inexplicablemente cristalina agua, sobre la que se derramaba un sol de julio que daba hasta para apreciar el color del fondo. Allí estaba, inmóvil, imponente, entre verdosos vegetales con forma de cinta, moviéndose como una araña acorazada y rosa ... o mejor, como un carro de combate gay.

El caso es que mis tensados músculos y mi enorme capacidad atlética y pulmonar de la época me obligaban a probar semejante carcasa a cada poco. Me sentía omnipotente, y hasta entonces había maltratado los tendones en variados deportes en los que hace falta una complexión especial y no mi físico polivalente.

Era un trofeo anhelado, al que nadie, secretamente, había deseado llegar por imposible. Me refiero al centollo, claro ...

Por aquel entonces, y aún ahora, era capaz de bucear 25 metros en horizontal desde parado. Hoy eso es una marca ridícula. ¿Qué eran 12 en vertical sino una minucia para un tío como yo, el Johnny Bravo de la meseta?

Como probatura, realicé una perfecta zambullida de pelícano en misil, sin gafas u otras ayudas, en la que alcancé la espectacular profundidad de cinco metros con asombrosa facilidad. La tensión del momento me hizo avanzar algo más con esfuerzo ... pero mi corazón palpitaba demasiado, emocionado, mientras alargaba la mano y vislumbraba mi presa un poco más abajo, a tan sólo una estirada de brazo ...

Necesitaba tranquilizarme, y con tan sólo unas gafas y una aletas, bajaría en apnea, recuperaría mi tesoro y saldría saludando brazo en alto sin apenas un jadeo. Pensaba incluso en el momento de emerger, con mi flequillo obtuso y aclarado por la sal y el sol de semanas, ocupándome la cara. El trofeo con la derecha, el flequillo con la izquierda, y una sonrisa en los amoratados labios, que las chicas de biquinis coloridos desearían besar.

Me calcé unas rígidas y cortas aletas negras Nimrod, de esas para campeones con gemelos desmesurados, y mis gafas de pescador de superficie.

Desde parado, como a mí me gusta, realizando el ensayo de inspiracines y espiraciones, acometí el salvaje intento, sin entrenamiento previo alguno, sólo con mi cerebro, como la caldera de vapor rugiente de un tren alimentando una olla exprés que era mi cuerpo.

Mis animosas, cortas y potentes zancadas marinas me llevaron como un fuera borda hacia el fondo, mientras la opresión en el pecho me sacaba el sentido del cuerpo y casi de repente mis gafas se aplastaron contra mi nariz, contra mi cara, de una manera tan espantosa, a la vez que me pitaban los oídos, que creí que un pulpo gigante se me había pegado a la calavera. Asustado por la extrema circunstancia, puse lenta y nerviosamiente rumbo a la superficie, mientras me daba cuenta de que me faltaria el aire para llegar y posiblemente moriría a menos de un metro de la superficie, donde nadie se percataría, excepto de un cuerpo con aletas que miraba hacia el fondo, obnubilado, hechizado por el gran centollo, que una vez más, había salvado la vida.