A veces ocurre que después de leer o escuchar comentarios de otra gente uno se crea expectativas demasiado grandes respecto a un país, una ciudad o una persona. Y podía haberme decepcionado, pero lo cierto es que me ha encantado conocer en Luang Prabang, un nombre que suena algo así como Luáng Prabáng.
Situada al norte del país, dejó de ser la capital del país en beneficio de Vientiane en 1.975, pero ha continuado siendo el centro religioso y espiritual del país, y es un lugar en el que el tiempo transcurre a un ritmo lento, ritmo que te contagia e incita a sentarte a contemplar el paso de la gente y relajarte acompañada de un buen café o una beerlao. Es una ciudad encantadora, como digo, con gente de lo más afable que me he encontrado y sin duda, un destino ideal para cultivar la paciencia porque allí hay que olvidarse de las prisas, bueno en todo el país es mejor adoptar esa filosofía de vida...
Parece ser que hay un dicho popular en Asia que dice así: "Los camboyanos plantan el arroz, los vietnamitas lo cosechan, y los laosianos simplemente lo escuchan crecer". He conocido a bastantes vietnamitas y a algunos camboyanos, pero después de este viaje, me parece que algo de razón si que tiene ya que los lugareños tienen más pinta de apetecerles escuchar crecer el arroz desde un sofá que de plantar o cosechar, y lo digo sin ánimo de ofender.
Una de las cosas que aconsejan es no perderse la gran cantidad de monjes que salen cada mañana y colorean las calles, al amanecer y en silencio. Y es que los monjes budistas, o la mayoría después de conocer a los compañeros de viaje..., no tienen posesiones y se alimentan de la comida que la gente les dona cada día en estas ofrendas, y que para ganar méritos y conseguir el nirvana depositan en los cuencos de los monjes; casi todos echaban arroz pegajoso y también algunas frutas.
La ceremonia se llama Binthabat y es un rito curioso de ver, aunque requiera madrugar… La cara negativa de todo esto la ponían muchos turistas que se agolpaban con sus cuerpos y sus cámaras a tan sólo un metro de la fila de monjes para conseguir así su mejor instantánea, mientras los pobres monjes trataban de esconder sus rostros y apuraban el paso avergonzados. Un espectáculo bochornoso.
Nos habíamos levantado a las cinco para llegar a ver los preparativos y la salida de los monjes, sobre las 5:30, pero no nos costó mucho esfuerzo gracias a la inestimable ayuda de los gallos vecinos, que son unos impacientes y cantan a todas horas y no al amanecer como nos han contado en el cole... Además, la cocina de la Sra. Vandara, la casa donde nos alojábamos, ya llevaba funcionando una hora, porque son las mujeres las que tienen que cocinar el arroz para donarlo recién hecho, claro.
Aprovecho para comentar que en Vanvisa nos hemos sentido muy bien. No se trata de un alojamiento especialmente barato y no está en la zona de más ambiente, eso es cierto; pero está bien situada, cerca de la calle principal y del mercado nocturno, y ella es encantadora. Es una mujer muy culta, que habla perfectamente inglés y francés y siempre que le preguntas te facilita un montón de información, es casi como una abuelita.
Un dato importante que nos dio fue el de una farmacia donde la dueña (Nang Tui) habla inglés y francés y además está estudiando medicina, vamos, que algo sabrá... y debido a un momento de tensión que tuvimos y dado que allí los hospitales cierran en domingo, sí, como lo estáis leyendo... pues allí que fuimos, está en la calle Th Sakkaring, desde Sisavangvong, a mano derecha y frente a un colegio...
Ya que estábamos en danza desde bien temprano, íbamos a aprovechar el día para desayunar tranquilamente, (nuestros deseos fueron órdenes), y ver algunos de los muchos templos y pagodas salpican la ciudad, bueno y callejear en general. Tuvimos que esperar a que abrieran las cafeterías, porque allí se toman su tiempo y no nos dejaron sentarnos hasta que no fuera la hora exacta, y lo mismo sucedía media hora antes de cerrar, vamos que no te podías sentar, que cosas. En este punto, tengo que decir que jamás conseguimos desayunar con todo en la mesa, llevaban cada cosa cuando les parecía mejor momento, no sé si consultaban el oráculo o cual era el método: un café, un plato de fruta, una baguette, otro café, un zumo, a veces incluso dejaban algo en la mesa de al lado, en la que se terminaban de sentar unos clientes... Y así cada mañana… Tronchante.
Casi todas las calles principales discurren paralelas al río, y las que las atraviesan van directas al río, por lo tanto es bastante fácil orientarse en Luang Prabang. Empezamos la visita haciendo el recorrido sugerido por la guía, y estuvimos en The big brother mouse, una librería de un editor americano donde puedes comprar cuentos y libros infantiles en beneficio de los niños de las aldeas del país, y como no sabíamos seguro si veríamos algún poblado, dejamos allí todos los cuentos para que los entregaran en unos colegios... Días después nos arrepentimos.
Allí los paraguas se utilizan en días de lluvia y sol, en moto, en bicicleta...
Aprovechamos esos días en Luang Prabang para hacer un curso de cocina con la Sra. Vandara, en la tarde que ella tenía libre, porque tiene una agenda de lo más completa!! Hay algunos sitios más en la ciudad que ofrecen este tipo de cursos, pero tienes que dedicar más tiempo porque sus horarios son más amplios.
Preparativos para la clase de cocina con la Sra. Vandara
La clase fue en la cocina de la casa, divertida excepto en esos momentos en que el gato aparecía por allí, cosa nada agradable, sobre todo porque había que ver al gato..., pero bueno, como iba vacunada de todo, tan sólo me cambiaba de sitio cuando el felino se acercaba demasiado a mi persona...
Y he aquí el resultado, aunque confieso que me gustó menos de lo esperado, no sé si fue culpa del gato... En general, la cocina laosiana no me maravilló y me sigo quedando con la tailandesa y vietnamita, en lo que respecta a Asia.
Luang Prabang tiene un maravilloso mercadillo nocturno, no demasiada luz tenue y un ambiente relajado, como no, y es una delicia pasear ante los puestos de cositas artesanales de las etnias de las montañas, telas, sombrillitas, pañuelos, bolsos, lámparas, también venden té y café… Tienen cosas muy originales, ante las que no me pude resistir claro está, y tengo que decir que en ese mercado me encontré con una vendedora que me impresionó no solo por su juventud (unos doce años), sino por su talento para las ventas. Impresionante, y lo dice una que ha visto a bastantes vendedores en su vidita.
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